El Ángel de la Gaceta
7 de mayo de 2024
Por Ángel Dehesa Christlieb
El Sol Secuestrado
En estos tiempos de ciencias y exactitudes tenemos la seguridad de que la noche y el día se sucederán el uno al otro porque solo obedecen a la rotación de nuestro planeta y no a la voluntad de alguna deidad caprichosa que, si amanece de malas o no recibe los sacrificios suficientes, podría optar por reformatear el planeta, sumirnos en tinieblas y dejar que los demonios salgan del inframundo, que es como la sucursal del Metro Hidalgo, pero con menos gente.
No siempre fue así, es más, nuestros antepasados estaban perennemente preocupados porque una golondrina que volara diferente, un cometa que apareciera en el cielo o la aparición de cualquier cosa fuera de lugar presagiaba un futuro funesto, en el cual el mundo terminaría y todos le iríamos al América.
Recuerdo la película de “Las Rosas del Milagro”, interpretación superlibre de la aparición de la Virgen de Guadalupe en la cual, Andrés Soler, ataviado con una capa de cortina de pulquería y teñida la cara con grasa “El Oso”, le anunciaba a Moctezuma que su reino estaba por terminar.
O mis lecturas adolescentes sobre la cosmogonía Mexica, según la cual, en los días inmediatamente previos a que se acabara un ciclo calendárico de 52 años, los habitantes de Tenochtitlan y su zona conurbada, preocupados porque el sol decidiera no renacer, apagaban los fuegos, destruían todo lo que tenían, rompían sus enseres y artefactos y escondían a las embarazadas y a los niños porque los demonios iban a salir.
La noche del último día, mientras los sacerdotes se dirigían a Iztapalapa, a lo que hoy es el Cerro de la Estrella, el pueblo esperaba con zozobra a ver si el mundo continuaba o Huitzilopochtli los expulsaba a las tinieblas inferiores para transformar el Anáhuac en un “Air B&B” monumental y cobrar renta en dólares.
Al llegar al cerro y al alinearse ciertos astros en el cielo los sacerdotes encendían el Fuego Nuevo, que luego era transportado a los templos principales de cada barrio, desde donde las familias podían llevarlo a su casa y la vida comenzaba de nuevo, pero la noche de terror no se olvidaba y se repetía cada fin de ciclo.
Hoy, a escasos meses de terminar el sexenio y a semanas de las elecciones, así siento a mi país.
Los Heraldos del Miedo ataviados de naranja, guinda, azul, tricolor y demás variedades nos anuncian el fin del mundo si no son ellos los ungidos, y sus apocalípticas arengas encuentran eco en redes sociales, noticieros, programas de opinión y demás vehículos del terror que nos advierten que el fin está cerca y que, después del 3 de julio, el fuego podría apagarse para siempre y México ya no ser.
Y tenemos miedo, y nadie se mueve, y la gente pelea y se agrede defendiendo a quienes, después de cada votación, nos ignoran como Claudia a Xóchitl hasta que vuelven a necesitar de nosotros y, entonces, vuelven a buscarnos, no para convencernos sino para asustarnos otra vez.
Yo ya no quiero tener miedo y estoy seguro de que todos los que me leen tampoco, gane quien gane México no se va a acabar, de nosotros depende que este dos de junio no sea el principio de un gobierno, sino el nacimiento de una nueva cultura ciudadana, una donde todos participemos, todos cooperemos y todos prosperemos.
Yo ya no quiero un sol secuestrado
¿Y tú?
Cualquier correspondencia con esta agorera columna, favor de dirigirla a www.angeldehesac.com
Me ayudan mucho compartiéndola, les dejo un enlace para que puedan hacerlo, muchas gracias de antemano.
2 comentarios
Excelente columna, así de grande es México. Solo falta acabar con la indiferencia y/o el fanatismo.
Que placer leerte,tu estilo es heredado de tu padre a quien tanto admiro, ahora tu con con tu agradable lectura nos paseas por el presente de lugares y personajes.Felicidades y que siga el legado y los éxitos.Un abrazo desde un lado olvidado del clima frío.