El Ángel de la Gaceta
11 de junio de 2024
Por Ángel Dehesa Christlieb
¿Para qué escribo?
Es la pregunta que, a casi tres meses de iniciada esta columna, me hago cada vez que mando uno de estos textos a la Bruja Choricera, quien se encarga de alimentar y mantener mi página de internet y cuyas bajas pasiones incluyen la Wicca, las novelas de Harry Potter y el Deportivo Toluca.
Crecí entre libros, durante mi infancia y adolescencia, la comida llegaba a la mesa gracias a los escritos de mi papá y al trabajo de mi mamá como encargada de la biblioteca de la Facultad de Arquitectura.
La lectura se convirtió en vínculo y complicidad con Germán y Conchita, quienes desde muy niño me dijeron que, si de comprar un libro se trataba, siempre habría presupuesto disponible.
Aprendí que el acumular lecturas por el solo hecho de presumirlas no te vuelve más inteligente, ni mejor persona, sino todo lo contrario y que esa absurda “disciplina” de terminar, por fuerza, cualquier libro que iniciara, es una tortura, ideada seguramente por alguien cuya crueldad y sadismo solo pueden compararse a los de la desalmada abuela con la cándida Eréndira, o a los de María Joaquina con Cirilo.
El roce con las páginas me ayudó a entender que las buenas lecturas, como las amantes, requieren tiempo, dedicación absoluta y disposición para escuchar el silencioso diálogo con el que te seducen mientras pasas, una y otra vez, tus ojos sobre sus letras.
Leí y sigo leyendo sobre muchos temas que me interesan, disfruto al hacerlo y tengo la plena consciencia de que, aún si fuera una sola materia la que ocupara mi pensamiento, nunca podré leer todo lo que sobre ella se ha escrito.
Me convencí, gracias a la gran actriz y maestra Pilar Villanueva (Malinita pa’ los cuates), de que “la realidad tiene límites, la palabra no” y entenderlo me hizo consciente de la responsabilidad que va implícita en “empeñar” mi palabra.
Me llené de angustiosa tristeza cuando, al dar clases de redacción y expresión escrita a estudiantes universitarios de ¡COMUNICACIÓN! me di cuenta de que no solo no tenían técnica ni bases para escribir (gracias, maestras Elba, Delfina y anexas), sino también de que, para ellos, el poder de comunicar sus ideas por escrito no es necesario ni deseable.
Me resulta incomprensible que muchos estén felices porque ya llegó la inteligencia artificial, con la cual podremos “evitarnos” la “molesta” tarea de redactar lo que queramos decirle a otros y podremos dedicar ese valioso tiempo a actividades más constructivas, como ver videos de gatitos en el lavabo o dominar los candentes pormenores de la reciente pero apasionada relación entre Ángela Aguilar y Christian Nodal.
Escribir es una disciplina, una aventura, una forma de conocer y compartir lo que soy y lo que siento y, muchas veces, una línea de vida para que mis pensamientos más funestos no me arrastren con ellos a las derivas oscuras del miedo y de la ira
Escribir me mantiene cuerdo y cierto de que, por más feas que se pongan las cosas, la belleza siempre está a la vuelta de la esquina, al alcance de la vista, cerca de mis oídos o en mi corazón.
¿Para qué escribo?
Para leerme a mí mismo.
Cualquier correspondencia con esta reflexiva columna favor de dirigirla a www.angeldehesac.com
Les dejo el enlace por si gustan compartirla.
1 comentario
Sigue escribiendo, Ángel, lo haces muy bien, debí haberte comentado algo, desde que leí el primer artículo tuyo que me llegó hace algunas semanas, para que no me pase como me pasó con tu papá, que se fue de este plano terrenal sin saber cuánto lo admiraba y lo felíz que me hacía leer sus artículos, hubiera sido yo un gran contrapeso con la señora potosina .