Se me hizo fácil: una de pelos

Se me hizo fácil

1 de agosto de 2024

Por Ángel Dehesa Christlieb

Una de pelos

Si nos basáramos únicamente en mi preciosa y redonda testa, se podría pensar que soy tan lampiño como una bola de billar recién pulida.

Nada más lejos de la realidad, la herencia germano-vasca de mi lado materno, ha dotado a toda mi anatomía de una cantidad de vello que ya la quisiera King Kong en un día de fiesta.

¿Qué cómo sé que viene de los Christlieb Ibarrola y no de los Dehesa?

Pues porque mi papá tenía, el sí, tres pelos en el pecho y poco más. Recuerdo sus infructuosos y hasta enternecedores intentos por tener bigote. Parecía Cantinflas, pero pelón y con lentes.

Yo, en cambio, estoy alfombrado de pared a pared, con excepción del roof garden.

Hace algunos años, me entró la inquietud de remover de mi tersa piel de seda el, según yo, exceso de vello corporal en aras de poder exhibir mis bien trabajados pectorales, mi espalda semejante a la de Atlas y mi cincelado abdomen.

Estos últimos atributos todavía no los adquiría (los sigo esperando), pero mi razonamiento para la previa poda masiva era el siguiente.

Yo podría tener un cuerpo que rivalizara con el de cualquiera de esos nadadores olímpicos que, desde hace una semana, provocan sentimientos impuros en mi mamá y mis tías, quienes expresan, a voz en grito, su intención de amarrar a los tritones de Paris y untarles Nutella para echarse unos bucitos.

Yo podría estar así si quisiera (aparentemente, sigo sin querer), pero ¿qué caso tendría si ninguna chica podría tener el placer de mirarlo por estar oculto tras mi sweater de Angora y, peor aún, si quisiera darme un besito en la espalda, iba a escupir pelos hasta la semana siguiente?

Después de mucho buscar en el periódico, encontré un lugar que ofrecía una oferta en depilación láser, con un atractivo paquete de diez sesiones a precio de locura, además de que ofrecían tratarme “como una reina”.

“De aquí soy”, me dije, por lo que me apersoné en la dirección indicada, que era una casa en un fraccionamiento de Villa Coapa, allí donde la mujer es “Goapa” y exigí que me hicieran válida la promoción.

En cuanto me quité la camiseta, la pobre dueña del changarro se quedó como Noroña cuando le avisaron que no iba a ser líder de la bancada, o como el “Mayo Zambada” cuando le abrieron la puerta del avión.

Con un hilito de voz, intentó explicarme que la promoción iba dirigida al género femenino o, ya de perdis, a una persona con cantidades razonables de vello y no a esa cruza entre el Yeti y Kung Fú Panda que tenía frente a sus ojos.

Insistí en mi tratamiento y, finalmente, accedió.

Me citó para la semana siguiente y me dio instrucciones de venir con la espalda rasurada, con navaja, no con máquina, para poder empezar a aplicar el láser.

No mencionaré el nombre de la persona que me ayudó a rasurarme la espalda en los sectores que yo no me alcanzaba. Baste decir que se ganó la medalla al mérito por acciones más allá del cumplimiento del deber, además de una larga estancia en el psiquiatra, de la que apenas fue dada de alta.

Llegue al garage/salón de belleza.

Me pasaron a un gabinete y me facilitaron turbadora batita de toalla, color betabel radioactivo y, finalmente, apareció la señora con un aparato como el de los toques de Garibaldi, pero con una linternita.

Comenzó a aplicármelo y fue como si muchos enanitos me pincharan con espinas de pescado, la lagrimita escurría en mis ojos como Remi cuando lo vendieron y, después de esa primera sesión, decidí que el look Planeta de los Simios era lo mío.

Y se los vengo manejando hasta hoy.

Cualquier correspondencia con esta tupida columna favor de dirigirla a www.angeldehesac.com

Me ayudan mucho compartiéndola, les dejo un enlace para tal efecto.

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