Se me hizo fácil
4 de octubre de 2024
por Ángel Dehesa Christlieb
Abrazo a todos los Panchos, de nombre, no a los que los arman y feliz Día del Lobato.
De haters
Se ha dado por llamar “haters” u odiadores a cualquiera que nos haga comentarios adversos, con lenguaje cortés o florido, en las diversas plataformas sociales que hoy existen.
“Si no quieres que te pisen, pues no salgas a bailar”.
Así decía el maestro Alejandro Aura, a quien estimé por él y por la amistad que aún me une con su hijo Pablo, refiriéndose a la posibilidad de ser corregido, criticado y hasta insultado por quien tenga una discrepancia de opinión o quien, por alguna razón real o imaginada, se sienta aludido, ofendido o insultado por alguna de las opiniones expresadas en esta columna.
A raíz de las dos últimas que escribí con respecto a mis impresiones de la toma de posesión de la presidenta Sheinbaum, recibí varios mensajes de amigos muy queridos como Rodrigo de Buen, Hortensia Martínez y Marga Noriega, en los cuales, con respeto y fundamento, me informaban de su desacuerdo con algunas de las opiniones expresadas en dichos textos.
Hubo otros, sobre todo en X, antes twitter, que suele ser un patio de secundaria con adolescentes, mentales y cronológicos, que buscan pleito escudados tras un nombre falso y sin poner su foto.
Esos, básicamente y con coloridos epítetos, que han enrojecido las orejas de aquella que me dio el ser, me dijeron “yo a tu texto, lo detexto”.
Bienvenidos sean, como lo dije al empezar estas columnas, yo no escribo para caerle bien a nadie, ni tampoco para pisar callos nomás por ser “polémico”.
Yo escribo y publico porque me nace, porque me gusta y porque, sí, es una manera de comunicarme con cualquiera que esté allá afuera y me haga el honor (que lo es), de dedicar un momento de su día a leerme y a opinar sobre mis letras.
Espero, no importa que tan en desacuerdo estemos, que nada de lo que escriba lleve a ninguna persona a tener el mal gusto de “odiarme” y conste que no lo digo porque sea yo específicamente el objeto de tan perjuiciosa emoción.
No, lo digo porque considero que el odio es un tónico que se debe tomar en dosis mínimas y necesarias y, sobre todo, lo menos prolongadas posible, además de reservarse para cosas verdaderamente relevantes y trascendentes y yo, con toda mi autoestima y vanidad, no considero que lo que yo escriba en mis redes lo sea todavía.
O sea, si alguien de veras considera que odiarme y dedicar su tiempo sistemáticamente a leerme e insultarme, cuando nada la/lo obliga a ello, más que su masoquismo por seguirse recetando artículos que, en sus propias palabras, les parecen “más vomitivos que una cuba con Tonayan”, creo que esa persona necesita encontrar un hobby, un motivo de vida o, ya de perdis, suscribirse a VIX y buscar quién le ayude a entender por qué la necesidad de autoflagelarse, si con un block o unfollow va que chuta.
En ese entendido, me disculparán si yo sí los ignoro, los silencio y los bloqueo, porque yo no tengo necesidad y prefiero emplear mi tiempo en quehaceres más productivos, como sacarme la borra del ombligo o construir una réplica del rancho de AMLO con bolitas de moco de mi propia manufactura.
A los otros, a aquellos que, como los amigos arriba mencionados, me hacen saber con cortesía y en buena lid que piensan de manera distinta, los celebro y los atesoro, porque, hasta ahora y espero que así sea siempre, yo nunca he pensado que mi veldá, como dijo Niurka, la catedrática de la lengua, sea única, absoluta e irrefutable, ni que mis “adversarios”, como decía el que ya no es presidente (cof, cof), opinen distinto para molestarme o desestabilizar “mi proyecto”.
Líbreme Dios y Kalimán.
Como le dije a mi querida maestra Hortensia Martínez, la pedagoga cabaretera, yo sí creo en discrepar para construir y también en que se aprende más callando y escuchando, que descalificando y vociferando.
Qué aburrido sería el mundo si todos pensáramos igual, si no hubiera americanistas para vacilar (se tenía que decir y se dijo), o si nadie discutiera con nadie, no con ánimo de imponer, sino con ganas de aprender y crecer, teniendo claro que, a veces, el acuerdo es que no estamos de acuerdo y aún así o, más bien, gracias a ello, se puede convivir y mejorar cada día.
Yo digo, pero igual ustedes no y está bien.
Una sola verdad hay que es, esa sí, absoluta, inobjetable y universal.
HOY TOCA.
Si le gustan estas columnas o si es hater masoquista y desea integrarse a la comunidad de Whatsapp para recibirlas en la comodidad de su celular y escupir bilis desde temprano, sin depender de algoritmos caprichosos, entre a www.angeldehesac.com y mándeme un mensaje con el botón, lo atenderé con mucho gusto.Les dejo enlace para compartir.
3 comentarios
Es curioso, ¿verdad?, que muchos que hablan de libertad, de derechos, de justicia, son exactamente los que odian que haya diversidad de criterios…
No dedicamos tiempo a tratar de entender el otro punto de vista. Solo queremos,creo, que nuestra visión de las cosas prevalezca.Valdria la pena hacer el ejercicio de defender la opinión del otro(a)(e), y entender que es la misma realidad, pero observada desde otro ángulo y otros intereses.
La idea de unanimidad es la más delicada forma de autoritarismo, imaginar que todos somos iguales o todos le vamos a los pumas (horror), nomás no fonuncia.
Es la diversidad (la que sea), respetando la diversidad de los otros es lo que salpimienta la vida.
Gracias por aceptarme en el selecto grupo de los lectores.