El Ángel de la gaceta
8 de mayo de 2024
Por Ángel Dehesa Christlieb
De todo lo visible y lo invisible
Así decía y sigue diciendo el credo que se reza en la misa de los domingos, a la cual me llevaba mi abuela María cuando mis papás me dejaban a dormir en su casa de San José Insurgentes, en un cuarto al final de un largo pasillo, rematado por una pared en la cual estaba colgado un reloj de péndulo cuyas campanas, comparables a las del Big Ben, me dan pesadillas hasta la fecha.
No me quedaba muy claro, en ese entonces, a qué se referían con aquello de lo visible y lo invisible.
Quizá aludían a esos microbios y bacterias de las que me hablaban mis maestros de ciencias naturales o, a lo mejor, al agua incolora, inolora e insípida.
Llegó a mis manos “La Celestina” de Fernando de Rojas, leí al enamorado Calisto informar a su amada Melibea que, en su visible y sin par hermosura, veía la invisible pero patente “grandeza de Dios”.
Comencé a entender que lo que percibimos con nuestra limitada visión no es más que la manifestación, parcial y efímera, de algo total y permanente.
En las letras y los libros encontré la forma de hacer palpable, a cuentagotas, el saber y los sentimientos de los antiguos y los contemporáneos, además de las herramientas para los que sentimos la necesidad de poner en orden el caudaloso torrente de ideas y emociones que, de otra manera, nos arrastrarían sin control hasta dejarnos ahogados.
Conocí las notas y los instrumentos, las cuales, según Mickey Hart, son los extremos visibles de esa indefinible e imprescindible expresión de nuestra humanidad a la que nombramos música.
Hallé en los cuidados de mis padres, en la convivencia con mis hermanas, en los abrazos de mis amigos, en el cariño de mis perros y en los besos de la mujer que amo el testimonio terrenal de mi capacidad para amar y ser amado.
En quien no tiene para comer, en los que mueren por falta de atención médica, en la tristeza de un niño en la calle, en la monstruosa aplicación del ingenio para concebir una mina con la justa cantidad de explosivo calculada para herir y no matar o en el cobarde acto de abandonar o agredir a un animal que confía en nosotros, reconocí la maldad y la soberbia a la que los miembros de la autodenominada “especie dominante” podemos descender si nos lo proponemos.
Me juré nunca proponérmelo, aunque no siempre lo he logrado y el externar mis disculpas me permitió conocer el perdón.
Al estar escribiendo esta columna, las visibles letras de una publicación de mi querido Alonso Arreola me informan de la transición a la invisibilidad física, que no espiritual, de mi amigo Lino Nava y la tristeza, que no se ve, pero se siente, cierra este escrito que espero llegue a tus ojos, invisible y querido lector.
Gracias Lino… desde hoy invisible pero permanente presencia en mis oídos, cabeza y corazón
Gracias por sus visibles reacciones y comentarios.
Gracias por su invisible e invaluable amistad.
Cualquier comentario sobre esta visible columna favor de dirigirlo a www.angeldehesac.com
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