El Ángel de la Gaceta
26 de junio de 2024
Por Ángel Dehesa Christlieb
Voz en el corazón
“No te olvides del pago
si te vas pa’la ciudad,
cuantimás lejos te vayas
más te tenes que acordar”
Hay voces que me dan voz, se quedan en mí, algunas por lo que dicen, otras por cómo lo dicen y otras por cuándo lo dijeron.
Algunas, pocas, cumplen estas tres características y las llevo en mi corazón y mis oídos.
Hay una que se quedó en mí una noche, antes de cumplir los 7 años.
Desperté, pasada la medianoche, en casa de mis padres, sonaban guitarras en el piso de abajo.
De pronto…
“Empecé a quererla porque sí, por nada…
Fue como un dormirme sobre la guitarra
y soñar milongas, cifras y zambas…”
Me levanté de la cama, aun sabiendo que no eran horas, y bajé hasta el hueco de la escalera, desde donde se alcanzaba a ver la sala repleta de argentinos y uruguayos, todos con una guitarra en la mano, vasos medio vacíos y el humo de cigarros flotando entre las notas que rasgueaban desde sus instrumentos.
“La pena y la que no es pena…
todo es pena para mí,
ayer penaba por verte y hoy peno porque te vi”
Ahí estaban Caíto y Délfor Sombra y Jaime Guarneros.
En medio de ellos, flaco, erguido, vestido con el traje negro y la corbata con los que, pocas horas antes, se había presentado en el programa “Noche a Noche, el cabello negro y la cara afilada, con la tristeza indescriptible del exiliado, pero también con la poderosa convicción de quien sabe que su causa es justa, su voz límpida y su eventual regreso a la patria inevitable, estaba él.
Y cantaba.
“No tengo asiento ni paradero
desde que yo abandoné un Jazmín,
porque soy gaucho, yaguatirica,
y no plantita, ya, del jardín.”
Supe que se llamaba Alfredo Zitarrosa cuando me lo dijo mi mamá, que me encontró vencido por el sueño, en el hueco de la escalera.
“Stefanie, yo tampoco te quiero, más tu amor
Por el dinero ha olvidado al obrero y al señor
Esta canción que pregunta por ti, que no ha dormido
Es puro olvido, Stefanie”
Se me permitió bajar, saludar y quedarme a escuchar hasta quedarme dormido en un sillón.
Nunca volví a ver a Zitarrosa, años después, en 1989, supe que había muerto en su natal Uruguay, al que había podido regresar después de años de exilio, con apenas 52 años de edad.
A mi papá, antes de irse, le encargó a Carlos Díaz Caíto… y lo cuidamos hasta el final, pero esa es otra historia.
Murió en Montevideo y, sin embargo, aquí sigue.
“Pájaro tu piel, viento mi querer
yo te puedo comprender.
Sin saber por qué, no te podrás ir.
Yo te quiero despedir.”
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