El Ángel de la Gaceta Días de baile

El Ángel de la Gaceta

9 de julio de 2024

Por Ángel Dehesa Christlieb

Días de baile

Las noches del Riviera

Hoy, la glorieta de Rivera es solo eso, una glorieta que fusiona División del Norte, Universidad y Cuauhtémoc.

En mis años de prepa y universidad fue mucho más.

En esos ayeres se levantaba ahí el Salón Riviera, catedral del baile y la música guapachosa que fue marco y testigo de mis primeras citas, besos e intentos no solo por aprender a bailar, sino para relacionarme con esos enigmáticos entes que, de repente, habían dejado de ser “niñas”, se volvieron mujeres y objetos prioritarios de mi interés.

Hoy lo recuerdo porque el selector del Spotify me aterrizó en “El Hijo de Teresa” de Jimmy Savater, por lo que tecleo a ritmo de salsa y boogaloo.

Nunca me gustaron las discotecas y antros de rock o electrónicos, no tanto por la música, sino por el humillante hecho de que un tipo, con cara de pocos amigos, enfundado en un traje que le quedaba chico y al que todos identificaban como el “Apache”, el “Picayhuye” o el “Muñecón”, me hacía esperar durante horas para, si se le daba la gana, permitirme el privilegio de pagar un cover carísimo, además de lo que me fuera a beber o comer.

Por eso cuando mi amiga “Gabrielini”, la cual hoy en día es recipiendaria de la Gabino Barreda en ciencias y busca la cura del Parkinson, me invitó al Riviera y traspuse por primera vez ese umbral, al compás de un cover de “Nada sabe tan dulce como su boca” interpretado por “Son de Merengue”, cuyo cantante principal era, en ese entonces, el querido Ramón Glass, dije “de aquí soy”.

Esa noche volví solo a casa, porque la indecente Gabrielini se ligó a un individuo de saco blanco y camisa de cuello grande, abierta casi hasta el ombligo, de esos que sí bailaban bien y yo, con mi mente de guionista de novela, ya la veía mínimo en la portada del ALARMA y yo teniéndole que explicar a su señora madre por qué la había dejado irse con “ese hombre”.

Esa noche fue la primera de muchas, donde pacientes mujeres me enseñaron mis primeros pasos, me dieron mis primeros besos y me hicieron sentir, en carne propia, las mordidas del verde demonio de los celos cuando, en lugar de bailar conmigo, se iban con alguno de los muchos personajes de origen afrodescendiente que las seducían con pasos de baile que yo, patizambo y caucásico, nunca podría ni siquiera intentar.

Grupos como Son de Merengue, Colé, Niche y muchos más cimentaron mi gusto por la música en vivo en general y la tropical en particular.

Hoy la glorieta de Rivera es, solo eso, una glorieta, pero en mis años de estudiante era la entrada al paraíso.

Larga vida al Riviera.

2 comentarios

  • Silvia Durand dice:

    Te viene de herencia, me encanta leerte y encontrar en tus letras un poco de Don Germán, que yo sigo buscando sus libros, la gracia de tu señor padre y su estilo de escribir fueron muy importantes en mi vida, en épocas de mucho dolor (la enfermedad de mi mamá y su triste partida de este plano terrenal), sus libros era mi escape a ese mundo que describía tu papá. Gracias siempre a tu papá y ahora a ti

  • Victor Ruiz dice:

    Añorote Germán, y mucho . . . Dueño absoluto de la mejor prosa jamás escrita . . . Dulces recuerdos de cuando aquí estaba, compartiéndola dia tras día para todos los que somos -aún- sus cuatro lectores . . . Larga vida Germán!!!

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