El Ángel de la Gaceta
10 de julio de 2024
Por Ángel Dehesa Christlieb
Friendzone Ranger
Me gustaría decir que siempre he tenido suerte con las féminas, pero, aunque no me puedo quejar (especialmente en este momento), lo cierto es que, en mis años de preparatoria y universidad, yo era el eterno amiguito, ese al que le decían: “ay es que, si nos caemos tan bien y somos tan cuates ¿para qué lo echamos a perder?”.
“Claro”, les decía yo con esa falsa sonrisa del payaso que llora por dentro, “qué bueno que seamos amigos”
O “fijate que con los demás, como que si me daba besos desde la primera cita, pero contigo, tan educado y tan respetuoso, siento ganas de esperar, porque eres taaaan lindo”.
“Ay qué bueno que conmigo salga lo mejor de ti”, decía yo mientras, entre dientes, maldecía la buena crianza en la que tanto esfuerzo y recursos habían invertido mis padres.
Como le dijo el cantante original al grupo de covers, “no me malinterpreten”, siempre he sido, soy y seré respetuoso del “no” de una mujer, en cualquier circunstancia y en cualquier momento, pero, en ese entonces, era mucho más joven e inexperto y no era tan fácil comprender que, el que alguien te brinde su confianza y amistad, es un gran privilegio y que solo desde la confianza y la amistad comenzará, según mi querido amigo Leopi el dating coach más famoso de México, cualquier relación que valga la pena.
Varias fueron las noches que fui con alguna amiga a alguna fiesta o antro, como no bebía, era el conductor designado perfecto y les caía muy bien a las mamás.
Ya llegando al lugar, mi acompañante o acompañantes, con las que no había, aclaro, ningún compromiso, se ligaban a algún tipo, mal rasurado y mugrosón, que se sentía poeta maldito y les hablaba al oído y yo, como el chinito, nomás “milando”, mientras se daban unos besos sacaamígdalas que Dios guarde la hora.
Ojo, para nada censuro ni repruebo (y si lo hiciera no tendría que importarles) que mis amigas, con las que no existía ningún compromiso previo, ejercieran su libertad y sexualidad de la manera que ellas consideraran y, con muchas, sigo teniendo una gran amistad que valoro muchísimo.
Después, las llevaba a casa con el labial a la altura de los cachetes y el chongo de lado, mientras me platicaban que el individuo con el que acababan de saborearse las amígdalas era “taaaaaaaan lindo y taaaaaaan profundo”.
Profundo el abismo de mi desesperación que, en aquellos años, me daba la certidumbre de que moriría joven y sin amar.
Eso no pasó, aprendí que el amor es una escuela que cuesta y solo las lecciones más baratas y menos significativas se pagan con dinero. Lo que realmente vale la pena se adquiere con ternura, tiempo y dedicación y reconocí también que todo llega a su momento, cuando estás listo para recibirlo.
Me di cuenta de que, aunque no parecía así en mis mocedades, la educación, la ternura y el buen trato son ingredientes esenciales para una relación sana, el eterno conflicto y el maltrato constante quedan bien para los guiones de telenovela, pero no para la vida real.
Hoy lo sé y lo comprendo, pero, de tarde en tarde, recuerdo al jinete de la friendzone que fui alguna vez y que, afortunadamente, sigo siendo, aunque ya sin pesar y con el gusto de saber que tengo amigas muy queridas con las que cuento y cuentan conmigo.
Además de que el amor está en mi vida.
¿Algún otro u otra friendzone ranger por ahí?
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