Se me hizo fácil: No gana uno para sustos

Se me hizo fácil

26 de julio de 2024

Por Ángel Dehesa Christlieb

“No gana uno para sustos” …

Las grandes historias de la humanidad no hablan de quien no tiene miedo, sino de los y las que, a pesar de estar aterrados, se aventaron a lo desconocido, alzaron la voz contra la injusticia o desafiaron las convenciones sociales para lograr un mundo mejor.

En otras palabras, quienes vencieron al miedo.

Los antiguos griegos, a los que les encantaba cargar sus altares de dioses mayores y menores, tenían no uno, sino dos deidades que encarnaban al miedo: Deimos y Fobos, gemelos, hijos de Ares el dios de la guerra y de Afrodita, la diosa del amor.

Cuando la ciencia fue opacando a la fantasía, los nuevos magos comenzaron a ver qué es lo que pasa en nuestro cuerpo y en nuestra mente cuando nos asustamos, como el biólogo Robert Sapolsky autor de “Por qué las cebras no tienen úlceras”, libro en donde analiza dos de los tipos de miedo que hay.

Primero, el miedo que experimentamos ante amenazas inmediatas y reales.

Es una reacción natural y sana de nuestro organismo que, inmediatamente, comienza a producir sustancias como la adrenalina, el cortisol y otras que ayudan a que el cuerpo esté más alerta, listo para la lucha o para la huida,

Para ilustrar esta acción, Sapolsky nos habla de una cebra que se topa con algún depredador.

Nuestra rayada amiga comienza a producir hormonas y su cerebro manda órdenes a todas las áreas del cuerpo que no resulten esenciales en ese momento para que se “apaguen”.

Eso hace que nos cueste trabajo pensar cuando tenemos miedo, la capacidad para resolver ecuaciones matemáticas no nos va a ayudar a escapar de o a vencer a la amenaza percibida.

Por eso nos hacemos pipí al asustarnos, ya que el área del cerebro que se maneja del control de esfínteres está ocupada en otros asuntos.

En el caso de la cebra, cuando la amenaza desaparece (o se la come), la respuesta del cuerpo termina, aunque, como cualquiera que haya recibido un susto, la cebra tarda en calmarse, porque todo lo que se produjo en su cuerpo tiene que ser eliminado poco a poco por el organismo y, en nuestra mente.

 Permanece el recuerdo del miedo, lo cual nos ayuda a evitar repetir acciones que podrían volver a ponernos en peligro.

En los seres humanos, el miedo nos da también por cuestiones que no han ocurrido (boleta de calificaciones, estado de cuenta), por cosas que solo están en nuestra mente (mi jefe me vio raro en la junta, seguro me va a correr) u otro tipo de amenazas, reales o imaginarias, que nos mantienen asustados y estresados por largos periodos de tiempo.

Y eso hace daño.

Nos cuesta trabajo dormir, estamos nerviosos, no rendimos en el trabajo, nuestras defensas bajan, comenzamos a comer de más, el corazón y otros órganos comienzan a resentirse y estamos en riesgo de, literalmente, morir de miedo, además de que nuestra calidad de vida se deteriora visiblemente.

Por lo tanto, el miedo y sus efectos pueden ser buenos o malos, según la manera en que los encaremos y el tiempo que permanezcan con nosotros. Y, como decía mi abuela, a los miedos como a los mariachis y a los parientes: “después de una hora hay que mandarlos a la chingada”.

Ah, por cierto

HOY TOCA.

Aunque nos dé miedo.

Cualquier correspondencia con esta miedos columna, favor de mandarla a www.angeldehesac.com

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