Se me hizo fácil
29 de julio de 2024
Por Ángel Dehesa Christlieb
El Jesús Gimnasta
Hace muchos años, platicaba con mi amiga Montserrat Ferrer acerca de un cristo que tenía en una cadena en su cuello. Era diferente a otros que había visto, porque no estaba clavado en la cruz, sino que solo colgaba, con los brazos abiertos, de dos pequeñas argollas por las que pasaba la cadena.
Le hicimos muchas bromas a Montse sobre el “Jesús gimnasta”, hasta que un día le pregunté por qué lo usaba.
“Porque yo no quiero que mi Dios esté ensangrentado, agujerado y sufriendo”,
Estoy absolutamente convencido y hasta necesitado de la existencia de un orden superior, porque, si el mundo únicamente se limita a lo que puedo percibir con mis sentidos físicos, el mundo me queda a deber.
Mi familia me educó como católico, aunque mi papá tenía serios conflictos con la iglesia como institución, lo cual me llevó, a instancias de mi mamá, a hacer mi primera comunión a escondidas y a un conflicto ente mis dos progenitores, quienes me pusieron en medio del asunto.
Mi otro acercamiento al Dios católico fue mi tía María de los Ángeles, “Maruca”, quien aprovechó sus estudios de Montessori en Roma para enseñarme la catequesis del Buen Pastor, con la cual me mostró un Jesús humano y un Dios comprensivo y amoroso.
Con ella leí, por primera vez, ese pasaje de los Evangelios cuando Jesús, presa de una comprensible angustia porque sabe lo que va a venir, se va a orar solo en el huerto de los Olivos y le pide a su padre, “si es posible, aparta de mí ese cáliz, pero hágase tu voluntad y no la mía”.
Ni siquiera Jesús quería sufrir.
Con esto quedé convencido de que, sin importar lo que dijeran a mi alrededor, el sufrimiento innecesario, la pobreza (la de espíritu y la material) no son para mí virtudes que haya que normalizar y mucho menos enaltecer como agradables a Dios.
Y ahí empezó la marrana eclesiástica a torcer el rabo, cada vez que yo entraba a la iglesia y veía esos crucifijos barrocos, con la figura de un Cristo destrozado y maltratado, además de la misa que comenzaba diciendo “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”, comenzó un corto circuito en mi cabeza y en mi corazón.
¿Tenía ocho años y ya tenía en mi expediente “muchos pecados de pensamiento, palabra, obra y omisión”?
No la compré entonces y menos la compro hoy que sé que la culpa, por sí misma, me estanca y me hace dar vueltas en un círculo vicioso e improductivo.
Luego me enteré de que, ni los evangelios ni el Corán, fueron escritos ni revisados por aquellos profetas por los que dicen hablar, sino por personajes con intereses y ambiciones muy distintas, que “interpretaron” y ajustaron las supuestas palabras de la divinidad a su visión y conveniencia y que censuraron y persiguieron cualquier otra versión que no fuera la suya.
Tengo fe y certeza en la existencia de una divinidad, respeto a quienes se relacionan con ella a través de las instituciones humanas y estoy convencido de que muchas personas valiosas, a las cuales admiro y promuevo, trabajan dentro de y junto a ellas para hacer el bien.
Repudio a los promotores de la culpa, del miedo y de la intolerancia, cualquiera que sea su denominación.
No comulgo con quienes esgrimen la fe en “SU” Dios, no importa con cuántas letras escriban su nombre, como la única y verdadera, se autonombran sus voceros, se ofenden con cualquier cuestionamiento o manifestación que no les resulte agradable o propicia y se sienten con derecho a censurar y hasta destruir a quien opine distinto.
“Amarás al prójimo como a ti mismo”
Esa es mi visión, la que creo y la que siento.
No es la única correcta, ni pienso imponérsela a nadie.
Feliz lunes y que Dios los bendiga.
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Me ayudan mucho compartiéndola, muchas gracias y les dejo un enlace para que me hagan favor de hacerlo.