Se me hizo fácil
30 de julio de 2024
Por Ángel Dehesa Christlieb
La rentable victimización.
A los 20 años, entré a trabajar en Televisa, comencé a ganar dinero y decidí dejar la carrera de historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Si pudiera volver atrás, sabiendo lo que sé hoy, probablemente me habría quedado a trabajar en Televisa, pero también habría obtenido mi título universitario, lo cual logré casi treinta años después, aunque ya no en la UNAM.
Mis padres no estuvieron de acuerdo con mi deserción de las filas azul y oro, pero tampoco me obligaron a permanecer en donde yo no quería estar.
Mi mamá, que era la que estaba presente, se equivocó en algunas cosas como le pasa a todos los padres, pero nunca me reclamó, no me quitó ninguno de los privilegios que tuve mientras viví con ella y me apoyó siempre en lo que pudo.
Contra toda lógica y evidencia, yo adopté la creencia de que Conchita estaba decepcionada y molesta conmigo y, por eso, mostraba preferencia por mis hermanas menores, sobre todo Juana Inés.
Juana Inés, que siempre ha sido lo suficientemente inteligente para no comprar broncas ajenas, jamás hizo nada por hacerme sentir menos y no siento por ella más que cariño y admiración.
En esos días, sin embargo, el hámster del mal corría inagotable en mi cabecita loca y me decía (y yo le creía), que Conchita me veía con decepción y hasta con desprecio.
Ya entrados en lo que Stanley Kubrick llamaría “Full Mental Jacket”, en mi inconsciente decidí que la manera de obtener la aprobación de mi mamá era discutir con ella (hiciera o no hiciera falta), para demostrarle que yo era igual de inteligente o más que mi hermana y que, además, me debía una disculpa por haberme ofendido.
O sea, caerle bien a alguien llevándole la contraria ¿qué podría salir mal?
Fueron años de comidas familiares en las cuales la atmósfera era tensa, hagan de cuenta como la de la llamada del embajador gringo a AMLO para avisarle de la captura del “Mayo” Zambada, pero sin diplomacia de por medio.
Mis hermanas nos alucinaban, porque mi mamá es amable y educada, pero dejada jamás y, por ello, lo que pasaba cuando convivíamos dejaba al Santo, al Cavernario, a Blue Demon y al Bulldog a la altura del kínder Almendrita.
Después de uno de estos zafarranchos, yo me sentía frustrado, porque, así como Aquamán, en el fondo yo sabía que podía inventarme todas las historias que quisiera, pero que mi enojo no era con Conchita.
Tuve que tomar una certificación de coaching con maestros maravillosos como Pepe Merino y Ricardo Shahin, este último me escuchó, me enseñó a ESCUCHARME y me dijo, todo lógico como es él:
¿Y ya le preguntaste a tu mamá si está enojada contigo?
¡BOOOOOOOOOOM!
Claro que no.
El jaque mate vino después, acompañado de esa sonrisa inocente, tan suya:
¿A qué le tienes más miedo?
¿A que te diga que SÍ para confirmar que toda la historia que armaste en tu cabeza es real y sigas como hasta ahora, chillando y pateando como un niño inmaduro?
¿O a que te diga que NO y entonces se te acaban los pretextos para victimizarte y te toca agarrarte las gónadas y hacerte responsable de tu felicidad, de tu evolución y de tu crecimiento?
¿Cuál crees, querido lector, que fue mi respuesta en ese momento?
Una pista… no fue la primera.
¿Qué crees, querido lector, que le pregunté a mi mamá en la primera oportunidad y qué crees que me respondió?
Otra pista, mis gónadas me duelen a veces, pero soy más feliz.
Cualquier correspondencia con esta prosaica pero intensa columna favor de dirigirla a www.angeldehesac.com
Me ayudan mucho compartiéndola, les dejo un enlace para tal efecto.
2 comentarios
Tu mamá, merece el más grande de los monumentos, ojalá que Dios te conceda el tiempo para compensarla, ahora que eres tan maduro y escribes post como éste tan sincero y desde el fondo de tu corazón.
Bien por tí …
Le preguntaste con las gonadas bien agarradas: má, me quieres?