Se me hizo fácil…
31 de julio de 2024
Por Ángel Dehesa Christlieb
Iracundo
La ira es, para mí, una de las emociones más contaminantes y difíciles de remover.
La ira que no utilizo en el momento de una manera sana, expresándola no con afán de imponer o maltratar, sino con el de resolver y soltar, se vuelve tóxica.
Tengo derecho y necesidad de enojarme.
Sé que la ira sirve para darme cuenta de que algo me molesta y comenzar a poner límites.
El problema es que me aferro a ella, como político a su hueso.
La furia se queda en mí, en mi corazón, en mis pensamientos y es como dejar un litro de leche en el refrigerador durante mucho tiempo.
Se pudre, comienza a apestar y a hacerse viscosa, dura, pegajosa, impregna todo mi ser, mi cerebro, mi corazón, mi estómago, se vuelve parte de mí, me acostumbro a vivir con ella, la normalizo y se transforma en el eje de mi vida.
Me convenzo de que todos me deben algo, cualquier acción por parte de los demás o cualquier acontecimiento en mi vida que no se dé exactamente como yo creo que deba darse, lo tomo como una agresión personal.
Me creo con derecho a ser grosero, a aprovecharme de los demás, a maltratar a quien me quiere, a exigir que me resuelvan los problemas en los que me meto, a causar tristeza y molestias.
A mí me las causaron, ahora se friegan todos.
No concedo margen de error y cierro mi alma y cuerpo al diálogo, a la negociación, al cambio, al aprendizaje.
Nadie puede enseñarme nada, no lo hacen por ayudarme, lo hacen por hacerme quedar mal, por qué quieren que me calme si yo QUIERO seguir enojado.
Mi furia es como el fuego en un bosque, nunca tiene suficiente combustible y solo sirve para destruir, arrasar con todo a su paso y bloquear cualquier posibilidad de crecimiento.
Me hago daño a mí mismo para hacerle daño o causarle molestias a aquellos que, según yo, me han hecho mal.
Al final, quedo solo, golpeado y con más daño cada vez.
Incluso con las personas que realmente son malas para mí, la ira me hace daño.
En lugar de reconocer su toxicidad y alejarme de ellas lo más rápido posible, quiero que “paguen”, que se den cuenta de lo malos que han sido, que me pidan perdón, ver que les vaya mal.
Por eso los y las mantengo cerca y yo mismo sufro las consecuencias.
Fue horrible darme cuenta de que, durante mucho tiempo, hice las cosas desde el enojo, desde la venganza, desde el afán de lastimar, incluso cuando creaba algo hermoso, lo hacía no para traer Luz a este mundo, sino para enseñarle a los demás lo equivocados que estaban con respecto a mí, para que se arrepintieran por no ser lo que yo quería que fueran y, por eso, dejé de tener paz y no disfruté los momentos felices.
Remover la ira de mí es una de las tareas más duras que tengo y que acepto.
Es un trabajo de consciencia y restricción que durará el resto de mi vida.
Aquí el primer paso…
Cualquier correspondencia con esta iracunda, pero esperanzadora columna, favor de dirigirla a www.angeldehesac.com
Me ayudan mucho compartiéndola, les dejo un enlace para ello