Se me hizo fácil: A la sombra de los ángeles

Se me hizo fácil…

2 de agosto de 2024

Por Ángel Dehesa Christlieb

A la sombra de los ángeles

Dos de agosto, festividad de Nuestra Señora de los Ángeles… mi santo y la celebración de todos los ángeles que han estado conmigo desde el día en que nací.

Llegué al mundo, chillando y pateando, el 17 de diciembre de 1973, apenas cinco días después de que mi abuelo, Ángel Dehesa Molina, falleciera de un infarto fulminante, precisamente el día de la Virgen de Guadalupe.

Me imagino la ensalada de emociones que experimentó mi padre.

Por un lado, nacía su primer hijo (y qué hijo) y, por el otro, estaba en los meros días en los cuales comienzas a sentir la ausencia después de la pérdida.

 Además, como el “hombre de la casa”, Germancito tuvo que poner en orden los asuntos de Don Ángel, quien, en ese entonces, era dueño de un taller mecánico llamado “Auto Servicio Monza”, en el cual el mecánico más transa y feo de la plantilla era apodado “El Colima”.

Mi mamá se empeñó en un parto natural, lo cual propició que el proceso de mi salto a las canchas de la vida se prolongara durante varias horas, en las cuales me daba de topes, porque venía muy cabezón y no alcanzaba a pasar.

Finalmente, el Doctor Jaime Pous decidió llevar a cabo una cesárea y logré salir, hinchado

y amoratado como Daniel Zaragoza tras doce rounds en el ring.

En cuanto me entregaron en los brazos de mi papá, él me miró, todo inflado y color betabel y, con esa ternura que solo un padre puede tener para su primogénito dijo: “este está igualito al Colima”.

Después, cuando me puso en brazos de mi abuelita, le dijo “ya te devolví a tu angelito”.

El hermano mayor de mi papá también se llamaba Ángel y nació con una enfermedad motriz que nunca pudieron identificar y, aunque no tengo ningún recuerdo de él, estoy seguro de que su angélica influencia me acompaña en mi camino.

María de los Ángeles Robles, mi abuela materna, fue otra mensajera de Dios quien me enseñó a leer en las flores y en las letras el milagro que es la vida y, sobre todo, la necesidad ineludible de llevar en mi bolsillo un pañuelo y la de siempre ser un caballero.

María de los Ángeles Christlieb, “Maruca”, mi tía, mujer de fe, convencida y convincente de la existencia de un Dios amoroso, de ese Buen Pastor, capaz de dejar un redil lleno para ir a buscar a esa oveja perdida y traerla de vuelta a casa.

Ella iba cada domingo a la iglesia, pero me dijo que yo no debía hacerlo si esa no era mi inclinación. Su corazón era tan grande que necesito un marcapaso para contenerlo y con ella aprendí, demasiado temprano en mi vida, el significado de la palabra “lupus” y el dolor que da la agonía y la pérdida de un ser querido.

Fireball, mi napoleónico y consentido perro salchicha, nació el dos de agosto de ese año, por lo que cumple hoy siete años de edad y es un ángel de cuatro patas, que representa la proyección de mis delirios de sultán oriental, porque se hace atender como tal cuando pasea por el parque, además de que exige y obtiene sus premios sin habérselos ganado, nomás porque es adorable, como su humano.

Finalmente, mi otra tía, la prima de mi mamá, María de los Ángeles Escudero Robles, mi tía Mari, quien es igual de pelada e irreverente que yo, quien me hizo monaguillo en su boda y me vistió con un traje azul de paño, cuyo contacto con la piel era semejante a frotarse a conciencia con una lija de agua en las partes más íntimas de mi ser.

Me invité a su casa el día de hoy porque, qué regalo puede pedir en nuestro santo que sea más grato que la oportunidad de alimentarme.

Así que ya me voy porque, a la gorra, ni quien le corra.

Acepto felicitaciones, regalos en efectivo y en especie, por transferencia o presenciales.

Además, les recuerdo que, hasta entre los ángeles:

Hoy Toca

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