Se me hizo fácil…
27 de agosto de 2024
Por Ángel Dehesa Christlieb
La puerta del baño
La foto que acompaña este artículo es la entrada del baño del primer piso de la torre de radiodifusoras del Instituto Mexicano de la Radio, en donde trabajé a principios de este siglo, al cual regresé recientemente para hacer entrevistas para “De herencias y querencias: recordando a Germán Dehesa.”
Ustedes dirán, “pues qué bueno que nomás le tomó foto a la puerta y no se fue hasta el mingitorio”, pues sí, no niego que sea una ventaja, aunque la historia que les voy a contar en esta nostálgica columna sí ocurrió más adentro de la mencionada habitación, una tarde, ya hace muchos años cuando me tomé un respiro de mis tareas como gerente de la XEB, la B grande de México, para contestar el llamado de la selva.
Durante ese tiempo, además de mis tareas administrativas, me autoasigné el horario de 2 a 4 de la tarde para crear un programa llamado “¿Cómo la B”? en el cual aprendí a hacer entrevistas, en mucho gracias a la paciencia y dedicación de Laura Viadas, quien producía y coordinaba invitados, trayendo a la cabina a grandes personalidades de la música, el teatro y la vida cultural de este país, que compartieron conmigo sus recuerdos y proyectos y me hicieron crecer como locutor y como persona.
Nunca olvidaré esas dos horas en cabina con Doña Ofelia Guilmain, quien me dejó con la reflexión “no te creas que la edad da sabiduría mijito, hay viejos muy idiotas”, lo cual confirmo cada mañana, en vivo desde Palacio Nacional.
Una de las entrevistas que más recuerdo y guardo en mi corazón fue aquella que comenzó, como ya les dije, en una ida al baño.
No bien había cerrado la puerta, cuando mi celular sonó.
Contesté el teléfono, mientras hacía ejercicios de concentración mental, comparables a los de Kalimán cuando le decía a Solín “no hay fuerza más poderosa que la mente humana”, para detener el torrente que se acumulaba en mi interior.
El número era desconocido y la voz que escuché también lo era, aunque no por mucho tiempo: “hola, Ángel, habla Jorge Reyes…”
Silencio…
“Jorge Reyes… el músico”
Sí sabía quién era, por eso se me cayó la baba, incluso había tenido la oportunidad de ver a Chac Mool, su banda de rock progresivo, en el Carlos Lazo de la Facultad de Arquitectura, antes de que se prohibieran los conciertos de rock por un portazo en un concierto de Botellita de Jerez, en el que también estuve porque mi mamá era la encargada de la biblioteca de la Facultad y a los que también entrevisté en la B.
Jorge y yo nos pusimos de acuerdo, me lavé las manos y, una semana después, estaba conmigo en la cabina contándome de su próximo, uno de los muchos y épicos, concierto en el Espacio Escultórico de CU.
Fue la primera de muchas pláticas, con o sin micrófono, en la cabina, en un camerino o en su casa de los edificios Condesa, en la calle de Pachuca, donde me presentó a Arianne Metcalf Pellicer, su pareja y mamá de su hija Eréndira, a quien había visto en “Cachún Cachún Ra Ra, como Nina la punk y me contó que se conocieron en un cementerio, en un día de muertos en Pátzcuaro.
Nos volvimos amigos y siempre estuvo ahí cuando necesité una entrevista, con una sonrisa y una historia, hasta que el 7 de febrero de 2009 el colibrí de la izquierda se lo llevó.
Por eso, cuando vi la puerta de ese baño, se me salieron las lágrimas y más porque su teléfono sigue grabado en mi celular.
Hasta el cielo, Jorge.
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