Se me hizo fácil
28 de agosto de 2024
Por Ángel Dehesa Christlieb
Cenizas viajeras
En nuestro show “De Herencias y Querencias: Recordando a Germán Dehesa”, que estará el próximo viernes 30 en Guadalajara y los boletos están ya a la venta en www.rojocafe.com, Virulo cuenta la historia de una mujer cubana, fallecida en Miami, cuyos parientes mandaron sus cenizas de vuelta a la isla en una lata de sopa Campbells y, aparte, una carta que explicaba la situación a los familiares que la recibirían.
Como suele pasar, la lata llegó antes que la carta y, algunas semanas después, los parientes de Miami recibieron una carta que decía:
“Dios mío, nos tomamos a la abuela”.
Uno pensaría que, aunque posible, quizá Virulo le estaba agregando cierta dosis de ficción en aras de mantener el interés y provocar la risa del respetable, pero, como suele pasar, la realidad me demuestra lo contrario.
Hace unos días vi una nota en el Guardian, acerca de una mujer de Virginia, que buscaba desesperadamente las cenizas de su madre en las tiendas del “Goodwill”.
Aparentemente, cuando la madre murió, la virginiana decidió llevarse a su padre a vivir con ella y contrató a una mujer para ayudarle a quitar la casa y, para deshacerse de lo que ya no necesitaba, puso una caja para donaciones.
Aparentemente, la mujer que contrató decidió que la urna donde reposaban las cenizas de la progenitora no parecía ser algo que la familia deseara conservar, por lo que decidió colocarla en la caja de lo que se iba.
Puedo imaginar a la Virginiana, cuando se dio cuenta de lo que ya no estaba la urna diciendo “oh my goodness, where is my mom”, mientras arrojaba trapos y trebejos por el aire, maldiciendo a la ayudanta con epítetos dignos de un trailero de Alabama.
Mientras tanto, en una tienda de segunda mano, una familia campirana compra la urna, tira las cenizas en el río detrás de su casa, le da unos manguerazos para quitar el sobrante y la utiliza para almacenar la carnada para cuando salen a pescar o como escupidera para masticar tabaco.
No exactamente el reposo eterno que se habían imaginado para ella.
Yo también tengo mi propia historia con las cenizas de Germancito, que cumplirá 14 años de muerto el próximo dos de septiembre, porque, antes de irse, nos dejó tareíta.
Como a mi papá le gustaba mucho Tlacotalpan, se le hizo fácil pedirnos que lleváramos sus cenizas para arrojarlas al Papaloapan, pero no tomó en cuenta que en 2010 el pueblo sufrió una de las peores inundaciones de su historia, lo cual nos impidió cumplir su voluntad durante casi un año.
Mientras lo lográbamos, la urna estaba en el mueble de la entrada de casa de mi mamá, ahí donde dejábamos las llaves al entrar, por lo que cada vez que llegábamos o nos íbamos, le decíamos hola y adiós al orejón.
Fidel Herrera, quien gobernaba Veracruz en ese entonces, nos hizo la oferta de acompañarnos, con escolta oficial y demás, pero no quisimos porque, como dijo mi hermana Juana Inés, “si lo llevamos ahorita le vamos a barnizar el pueblo”, que estaba cubierto por las aguas.
Finalmente, la inundación se controló y allá fuimos los Dehesa a dejar al patriarca, unos por carretera, otros en avión, la urna por vía terrestre.
Pasamos una noche en el Puerto de Veracruz, fuimos a cenar a Los Portales y no sabíamos si llevarnos las cenizas o no, porque teníamos miedo de que se nos perdieran.
Germancito nos acompañó a cenar.
Al día siguiente, llegamos a Tlacotalpan y, gracias al querido Vitico Perea, abordamos el “Mí”, que así se llamaba el barco que nos prestó la familia de José Luis “El Bigotón” González y, al son de la jarana, arrojamos las cenizas que, según mis cálculos, ahorita deben andar dando la vuelta por Noruega.
O, a lo mejor, se quedaron en el Sotavento, cantando “La Tuza”.
Yo quiero pensar que sí.
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