Se me hizo fácil: domingo por la mañana

Se me hizo fácil

16 de septiembre de 2024

Por Ángel Dehesa Christlieb

Domingo por la mañana,

Despierto, presa de la ansiedad que, últimamente, me impide dormir más allá de las siete de la mañana.

Para calmar la sensación de opresión en mi pecho, comienzo con ejercicios de respiración y busco en mi memoria alguno de los recuerdos que me aterricen en un espacio de calma.

Esta vez, fue mi abuela María, con la que solía quedarme a dormir cuando mis papás tenían algo que hacer y que, cada domingo, me llevaba a misa con ella en la iglesia de Guadalupe Inn.

Mentiría si les dijera que iba yo a la misa con devoto fervor, como cualquier niño, yo habría preferido dormir hasta más tarde o quedarme jugando en el jardín de Mariquita, pero, como también suele pasarle a cualquier niño, la ida a misa no era un tema optativo.

Mi abuela era una mujer amable y me quería mucho, pero también severa y fuerte en muchos temas, una figura muy imponente y propia, la mayor de tres hermanos, que vivió la persecución religiosa de Calles y en los temas religiosos era como Kalimán con los malvados: implacable.

Aunque no iba con muchas ganas, la verdad es que mi abuela sí tenía una verdadera convicción religiosa. No iba a la iglesia solo para que San Pedro le pusiera palomita en su expediente.

Eso se notaba en la forma que me explicaba todo lo que pasaba en el altar, las lecturas, el evangelio, la comunión, todo era detallado por mi abuela con mucho detalle y mucho cariño y por eso se me quedó grabado.

Incluso hoy, que mi práctica del catolicismo como religión organizada es más o menos inexistente, aunque sí vivo y creo en los preceptos universales que predica, las oraciones que me enseñó Mariquita son siempre un oasis en momentos de incertidumbre o desasosiego.

He escuchado a muchos cínicos, de esos que abundan en las redes y en los medios, descalificar y hasta burlarse de los que creemos en el poder de la oración para mejorar nuestra calidad de vida.

¿Qué les quita o qué les pone si otras personas estamos convencidos de que existe una presencia más allá de lo que vemos, escuchamos o tocamos?

¿Es tal nuestra arrogancia e inseguridad como especie que necesitamos convencernos y vociferar que solo lo que podamos enlatar, hervir o medir existe?

Yo estoy convencido de que rezar me ayuda, siempre y cuando no conciba mis oraciones como moneda de cambio en una transacción comercial.

La divinidad no es una maquinita de refrescos, a la cual le meto moneditas místicas y me da exactamente lo que quiero cuando lo quiero y, si no es así, empiezo a patear el dispensador y a gritar fraude.

Tengo la certeza de que lo que ocurre en mi vida, agradable o desagradable, es resultado en un 90% de mis acciones y en un 10% de lo que la vida, la Luz, Yaweh, Dios o Alá decida que me hace falta en el momento presente.

Muchas veces su decisión y mis deseos no coinciden y confío en su juicio, porque sé que lo que no me guste, lo puedo cambiar.

Yo rezo para sentirme mejor, para honrar a mis mayores, como mi abuela y para agradecer las muchísimas cosas buenas que hay en mi vida.

Y no es que yo sea un ser de luz elevado y evolucionado.

Me di cuenta de que cerrarme a un solo resultado me trae más decepciones que felicidad.

Y yo quiero ser feliz.  

Nada más.

Cualquier correspondencia con esta rezandera columna, favor de dirigirla a www.angeldehesac.com

Si quieren compartirla, les mando el enlace.

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