Se me hizo fácil
8 de octubre de 2024
Por Ángel Dehesa Christlieb
Dios conmigo
Si tienen Netflix y la inclinación de olvidar por un rato que vivimos en un país donde decapitan alcaldes, en donde la jefa de gobierno de la CDMX ofrece con bombo y platillo el trabajar con las 16 demarcaciones de la ciudad “sin distinciones”, como si fuera motivo de aplauso y no su obligación, háganse un favor y vean la serie “Nadie quiere esto”.
No se las echaré a perder, simplemente les diré que refiere la historia de una podcastera empoderada que se enamora de un joven rabino.
Son 10 capítulos de media hora así que se la echan rápido y, como debe de pasar con una buena serie se van a reír, a indignar y a llorar, a partes iguales.
Me puse a reflexionar acerca de Dios y mi relación con él, concretamente desde el punto de vista de la kipá o yarmulke, la pequeña gorra que utilizan los hombres judíos para siempre recordar que hay un ser superior y está cerca de nosotros.
No soy judío aunque mi familia materna tiene todos los rasgos, faciales y genealógicos, de haber sido convertida al cristianismo a cubetazos, en algún lugar de Alemania entre el medioevo y el Renacimiento.
Fui educado en la fe católica, la cual ya no practico rigurosamente, aunque sí creo en la existencia y presencia continua de una entidad que va más allá de lo que nuestros limitados sentidos pueden percibir, al cual negamos los seres humanos, en nuestra arrogancia y necesidad de control, o lo acomodamos para que valide y justifique nuestros impulsos más bárbaros.
En los mejores casos, la presencia de Dios nos inspira a ser mejores de lo que somos.
Y ese es el Dios en el que yo he elegido creer, al cual veo todas las mañanas cuando las magnolias estallan en mi ventana, en los ojos de mi sobrino, en las letras que puedo escribir cada día y, sobre todo, en la oportunidad de tomar decisiones para mejorar mi vida.
Me costó mucho trabajo dejar de pensar en el “ser superior” como un administrador de castigos o estrictas reglas de comportamiento, que me hace obedecer desde la culpa o desde el miedo a no ir “al cielo” si no hago lo que otras personas me dicen que haga, supuestamente, en su nombre.
El primer paso para mi cambio de pensamiento llegó desde la pluma de alguien más, en este caso Jaime Sabines y su poema “Me encanta Dios”, el cual puso en palabras lo que yo sentía, pero que no sabía cómo decir.
Dios me ama y su presencia continua en mi vida, con la kipah o sin la kipah de mis ancestros, no es para regañarme ni para vigilar que me ciña a una serie de reglas.
El Dios en el que creo me recuerda continuamente su existencia, para que nunca se me olvide que no importa qué tan difíciles se pongan las cosas, siempre puedo tomar decisiones y actuar para mejorar (o empeorar) mi situación, porque el don más valioso y preciado que me concedió y le concedió a todas las personas es la capacidad para elegir hacer, cada día, lo necesario para ser feliz.
Y, para mí, esa elección pasa por ayudar a otros a encontrar las herramientas que les permitan reconocer su propósito en este mundo y, con ellas, poder actuar para encontrar, cada uno su propia felicidad.
Espero que quienes lean esto sean suficientemente generosos para permitirme ayudarlos a mejorar su calidad de vida y, al hacerlo, me ayuden a mí también a ser feliz.
Gracias de antemano
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3 comentarios
En nombre de Dios (y de los políticos) se han realizado atrocidades indescriptibles. Buscaré la serie y gracias por tus letras
Gracias por la recomendación y tu texto que me hizo pensar en mi realidad actual y en la que me rodea.
Gracias, gracias, gracias,tus palabras siempre me hacen reflexionar.