Se me hizo fácil: los villancicos

 

 

Se me hizo fácil

11 de diciembre de 2024

Por Ángel Dehesa Christlieb

Los Villancicos

Aunque no comparto el odio por la Navidad que corría por las venas paternas, es cierto que en mi infancia viví momentos decembrinos que aún hoy, a mis casi 51 años de vida, me hacen despertar con sudor frío, porque sueño que los elfos de Santa Claus me hacen depilado brasileño con una cinta canela.

¿Qué fue lo que dejó tal impresión en mi todavía frágil e impresionable cerebro de niño?

Todo comenzó en la primera navidad que puedo recordar, cuando, por instrucciones de mi mamá, probaba los foquitos de una serie navideña para ver cuál estaba fundido, un pasatiempo que con el que podías entretener a tu infante durante horas y horas, educándolo también en las punzantes sensaciones que la corriente eléctrica provocaba en su organismo si se le ocurría meter el dedo en el socket.

Se escuchó como caía la aguja del tocadiscos y, de la nada, comenzaron a escucharse hartos cascabeles, panderetas aporreadas como el Cruz Azul por el América y un bajo machacón, que precedían a unas voces, claramente ibéricas, que cantaban “Campana sobre campana”, “Los peces en el río” y la “Marimorena”.

Ese fue mi primer encuentro, pero no el último con la Coral cordobesa de Los Pedroches y su disco “Navidad en España”.

La primera vez que lo escuché me pareció horrible, pero, ya que los oí mejor se me hicieron repugnantes porque, además, mi mamá no sintió la necesidad de comprar algún otro disco de villancicos en la siguiente década.

Los que compramos después no mejoraban mucho, hubo uno de los pitufos donde Pitufina, Pitufón, Pitufonky, Pitufoc y varios más me deseaban una navidad de ensueño y otro que tenía “El Niño del Tambor” en la voz del “Divo de Linares”, Raphael, que todo lo canta como si le estuvieran prensando una gónada.

Luego llegó “Ven a mi casa esta navidad” con Alberto Vázquez, la cual tiene un paralelismo escalofriante con las bancadas de MORENA en ambas cámaras, siempre dispuestas a recibir a aquellos que “están lejos de sus amigos” o tienen averiguaciones previas pendientes: “por eso y muchas cosas más, da el chaquetazo esta Navidad”.

Como mis padres pertenecen a esa generación a la que “todavía le dolían las venas abiertas de nuestra América Latina”, Germancito se adquirió el LP de “Navidad Latinoamericana”, el cual nos incluía villancicos con quenita, bombo y zampoña y me hacía suponer que, en el cono sur, los reyes iban montados en una llama, en un cóndor y en un capibara.

Cuando comencé a masticar el idioma de Shakespeare, adquirí la mamilísima “White Christmas” con Bing Crosby, “Winter Wonderland” con Tony Bennett y aquella de “Santa Claus is coming to town” con Frank Sinatra, que describe como el gordo de rojo me sigue los pasos dormido o despierto y funda mi sospecha de que, cuando no anda repartiendo regalos, el adiposo duende opera el software Pegaso en el CISEN.

O aquella de Rodolfo, el reno claramente alimentado con leche radioactiva de los alrededores de Chernobil, por lo que brilla en la oscuridad y sufre bullying por parte de sus compañeros de trineo.

Mención aparte merecen las Ardillitas de Lalo Guerrero, cuyo disco comenzaba con la disertación de Don Octavio, el tecolote sabio, quien fungía como profesor de Demetrio, Anacleto y Pánfilo, los cuales, en sus canciones declaraban constantemente su identidad y su número: “somos ardillitas, somos tres no somos dos” y eran regenteadas por Lalo Guerrero, cuya voz normal era más o menos la de mi tío “El Chocolate”, ya con varios mezcales con ponche acomodados entre pecho y espalda y queriendo partir la piñata de barro a cabezazos.

Cómo puedes ver, querida lectora, querido lector (ya pasamos los 200 en la comunidad de “Se me hizo fácil”), los villancicos han dejado huella en mí, como la que deja un directo a la mandíbula.

¿Qué villancicos marcaron tu vida?

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