Se me hizo fácil: De coronas y esperas

 

 

Se me hizo fácil

16 de diciembre de 2024

Por Ángel Dehesa Christlieb

De coronas y esperas.

A mí me gustan mucho las coronas de adviento.

En mi cada vez más lejana infancia (mañana cumplo 51), mi abuela María compraba puntualmente la corona trenzada con ramas de pino y la ponía en la mesa de su monumental comedor, llenando toda la habitación de un penetrante olor a bosque.

El “adviento”, que en latín significa “venida” es, según mi abuela María y mi tío Google, un periodo de oración, reflexión, arrepentimiento, perdón y propósitos, durante el cual los católicos nos preparamos para la llegada de Jesucristo al mundo, la cual ocurrirá el día de Navidad.

Me resultaba difícil asociar la oración, el arrepentimiento y la reflexión con las guapachosas posadas en las cuales se bailaban piadosas melodías como “Juana la cubana”, “La suavecita” o “La del moño colorado” mientras los asistentes consumían cantidades navegables de un “ponche de frutas” refinado en Dos Bocas, el cual funcionaría perfectamente como combustible para una retroexcavadora de 3 toneladas.

Tampoco entendía la necesidad que tenían los padres de enfundarnos en unos suéteres de lana gruesa, que picaban como si tuvieran hormigas en las fibras, los cuales había traído el tío Poncho de un viaje relámpago que tuvo que emprender al Perú cuando dos caballeros se presentaron en su casa con un citatorio del SAT y que, además, ya habían sido usados por todos los primos mayores, por lo cual estaban guangos y deformes como explicación de boda en el MUNAL.

Por cierto, a los que me dicen muy orondos: “pero mira, es que MORENA es distinto porque Martín Borrego ya renunció, antes, con el PRIAN, eso no pasaba”, los invito a no conformarnos con tan poco.

Renunciar es lo mínimo que tendría que haber hecho Mister Lamb y lo hizo después de que todas las mentiras que dijo al ser descubierto no le funcionaron, ni a él ni a su jefecita Alicia Bárcena, que fue al evento y, cuando se le pidieron cuentas, alegó indignadísima que “no sabía que era boda, porque no bailamos Payaso de rodeo”.

Días después, con el agua al cuello y evidenciada en sus mentiras, doña Licha tuvo que salir con cara de Marga López a decir “es que Martín Borrego quebrantó mi confianza”.

Ora resulta.

No solo tendrían que renunciar o ser despedidos AMBOS, también deben ser sujetos a un proceso legal por los DELITOS que cometieron e intentaron encubrir, además de ser inhabilitados para el servicio público, tal cual lo marca la ley.

En fin, también existen los reyes magos y Santa Claus ¿verdad?

Volvamos al adviento en el cual también se “pone la Navidad”, nombre clave que utilizan las matronas mexicanas para el operativo que incluye, pero no se limita a: la colocación del pinito, comprado a precio de madera preciosa en medio de una vía primaria, infringiendo varias leyes de tránsito, al cual se le cuelgan focos, escarcha, esferas, monos y hasta unas cabezas humanas reducidas que mi mamá compró en un viaje al Amazonas.

En varios puntos de la casa se colocan coronas, botitas, bastones de caramelo y todo tipo de adornos, no importa que sean navideños o no, además de adornar el exterior con suficientes focos como para triplicar la cuenta de la luz y causar ataques epilépticos a los automovilistas que transiten frente a la fachada.

El nacimiento es tema aparte.

Hay que buscar el espejo roto que funge como lago en el que nadan patos de porcelana, peluche y barro, desenvolver la inagotable colección de figuritas entre las que se encuentran unos borregos que comieron yerba radioactiva y son más altos que el camello bactriano de Melchor y el elefante de Baltasar, unos ángeles con la cara de García Harfuch uniformados como la Guardia Nacional y los diablos con la cara de Noroña y Monreal que se pelean las almas de los pastores-votantes.

El niño Dios (el del nacimiento, no yo) se pone hasta la noche del 24, cuando mi hermana Mariana, la más pequeña de la familia, se descuelga desde el techo como Tom Cruise en Misión Imposible para colocar a Jesusito en su cuna, mientras mi tía Margarita, hoy médica ilustre con busto que lo certifica, canta “oh peregrina agraciada”.

Durante todo este trajín, doña María en mi infancia y doña Conchita en la actualidad, prenden cada domingo la vela correspondiente (con el extintor en mano para evitar tragedias) y rezamos y nos preparamos porque, ni ellas, ni yo y espero que tú tampoco, querido lector, estamos dispuestos a permitir que ni los políticos, ni los narcos, ni nuestras propias pifias y errores nos quiten nunca la esperanza de que siempre puede venir algo mejor.

Un abrazo

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