Se me hizo fácil : Flores para Mariquita,

Se me hizo fácil…

18 de julio de 2024

Por Ángel Dehesa Christlieb

Flores para Mariquita

Ayer, en esta su no tan humilde, pero sí cumplidora y recién renombrada columna expresé, en términos más o menos gráficos, mi odio por los cohetes y demás artilugios pirotécnicos, el cual es comparable al que sentía el Ecoloco por el jabón.

Mencioné, además, la fiesta de la Virgen del Carmen, patrona del barrio de San Ángel, como un ejemplo cercano del uso y abuso de los fuegos de artificio que tanto abomino.

Fuera del tema arriba comentado, me gusta mucho la fiesta de mi barrio, sobre todo la Feria de las Flores, con las cuales tengo una relación de amor desmedido desde mi más tierna infancia.

Mucho tengo que agradecerle a mi abuela María, además, claro, de haberle dado vida a mi madre quien, a su vez, en el que probablemente ha sido el mayor acierto de su vida, me tuvo a mí, todo lo cual debería ser motivo de que doña María de los Ángeles Robles de Christlieb tuviera, mínimo, un monumento comparable en altura y lustre al Ángel de la Independencia, la Minerva tapatía o, ya de perdis, el Poseidón de Puerto Progreso.

Entre las muchas cosas buenas que doña Mariquita me inculcó, está el gusto y el cariño por las flores de todas clases. Recuerdo siempre con cariño el jardín de su casa de José María Velasco 63 bis, en la San José Insurgentes, hoy convertida en una tienda naturista.

Una de las primeras fotos que me tomaron fue, precisamente, en ese jardín, con pocos meses de nacido.

En actitud digna de un jeque oriental, ataviado únicamente con mi Kleen Bebé Suavelastic, tomo el sol acostado sobre una mantita mientras, a mi alrededor, crecen y huelen las rosas, los árboles, las violetas y los agapandos que, en aquellos ayeres, cuidaba cada miércoles Don Víctor, jardinero de esos que iban en bicicleta con su podadora amarrada en la canastilla trasera, que se hablaba de tú con los rosales y amaba el beisbol.

Fui creciendo y mi abuela María continuó enamorándome de las flores, ya fuera con una ida a los viveros de Coyoacán a comprar tierra y semillas, recorriendo toda el área conurbada de Cuernavaca en busca de un jazmín mosqueta o leyéndome un poema de algún tomo del “Tesoro de la juventud”, el cual hablaba de un hada que se manifestaba rodeada de “ardientes amapolas”.

Todavía, cuando voy a casa de mi mamá, que fue antes la de Mariquita, al acabar el día se alcanza a percibir la fragancia que esparce ese “huele de noche” que ella mandó plantar y, ahora con las lluvias, florece el árbol de magnolia y las abejas recorren los pétalos y estambres de los blancos regalos que prodiga.

Cuando voy de regreso a mi casa en San Pedro de los Pinos, procuro siempre salir por el lado de Revolución, para ver ese expansivo remanso de color que es el Mercado de las Flores de San Ángel, en el cual, muchas veces he detenido mi andar entre peseros y claxonazos para adquirir, a precio no tan amigable pero justificado, un ramo de gerberas, rosas o girasoles, para abrir el corazón y los labios de alguna dama y, en no pocas ocasiones, para que aboguen por el perdón solicitado después de alguna pifia cometida por quien esto escribe.

Por todo esto y, porque no están para saberlo, pero yo otrora fui novio de la entonces Reina de las Flores (mi primer beso), hoy le regalo sus flores a Carmelita, para que las comparta con Mariquita y ambas me cuiden y me (nos) bendigan siempre.

Cualquier correspondencia con esta florida columna favor de dirigirla a www.angeldehesac.com

Si les nace compartirla, como ramillete de dalias, les dejo un enlace para ello.

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