Se me hizo fácil : Alguna vez visité Jordania e Israel

Se me hizo fácil

7 de agosto de 2024

Por Ángel Dehesa Christlieb

Alguna vez, visité Jordania y visité Israel.

Aún vivía y reinaba el Rey Hussein, quien murió en 1999, entonces mínimo habrá sido hace 30 años, iba en un variopinto grupo multinacional que incluía mexicanos, ecuatorianos y estadounidenses.

Habíamos viajado a la India, volando en Royal Jordanian Airlines, lo cual incluía una estancia de dos días en el Reino Hashemita de Jordania, por cuenta del monarca reinante, aunque nunca tuve la oportunidad de conocerlo en persona.

Seguro no le avisaron que estaba yo ahí, es la única explicación posible.

Al regresar de India, pasaríamos de nuevo por Jordania para cruzar hacia Israel en el puente fronterizo, llamado “Puente Rey Hussein” del lado jordano y “Puente Allenby” del lado israelí, en memoria del militar inglés que derrotó a los turcos y conquistó Palestina en la Primera Guerra Mundial.

Y aquí es donde la cosa comenzó a ponerse interesante.

Nuestro tour estaba comandado por Elizabeth Cuellar, una de esas gringas hippies que llegó a México en los 60, con una maestría en textiles, se enamoró de un pintor y de México

Con el pintor se casó y se divorció, pero de México nunca se separó y, para poder comprarse la casa en San Ángel que siempre quiso, trabajó gran parte de su vida como guía de turistas en las líneas de cruceros.

La cosa es que, ya estaba medio entrada en años y de repente se distraía, lo cual llevó a que, al pasar migración en Ammán, cuando tomó todos nuestros pasaportes para que nos sellaran la entrada y nos permitieran salir a Israel y regresar una semana después para tomar el avión de regreso, algo pasó y mi documento de identidad se quedó sin el precioso estampado.

Lo malo, nos dimos cuenta hasta llegar a la frontera, cuando un militar árabe, igualito al malo de Aladino, preguntó porque me había yo colado ilegalmente al reino de Jordania y, peor aún, me informó que no podía autorizarme la salida.

Lo bueno, nuestros guías locales intercedieron por mí y, dado que Jordania no es un país particularmente extenso, pidieron un auto que me llevara de regreso al aeropuerto mientras el resto del grupo cruzaba la frontera hacia Jericó, donde, según el Antiguo Testamento, Josué hizo caer las murallas al darle vueltas con el Arca de la Alianza a cuestas y los israelitas en procesión.

Y ahí me quedaba yo, solito, seguro de que, mínimo, iba a terminar como esclavo de un vendedor de alfombras quien, por las mañanas me usaría para ofrecer su inventario a los turistas hispanohablantes y, por la noche, por la noche se serviría de mí, como el coronel turco con Lawrence de Arabia.

Por la carretera del desierto, llegó de pronto un Mercedes Benz negro, tripulado por dos descendientes de Abraham y Hagar, con khaffiyes cuadriculados, tipo Arafat, quienes, traían puesto un cassette en el radio con el tema de “Misión Imposible”.

Llegamos, me sellaron mi pasaporte y emprendimos el camino de vuelta.

Mahmoud, que así se llamaba el que tripulaba la unidad, me dijo que ojalá no me pasara nada en el cruce, porque los guardias fronterizos en Israel podían ser muy… meticulosos en el registro de los que llegaban a su país.

Así que, ahí iba yo, cruzando el puente, temiendo por mi vida y otros espacios cuando, oh sorpresa, la garita estaba custodiada por un sargento y dos chicas, uniformadas y con ametralladoras, guapísimas, de las que hacen el servicio militar obligatorio en Israel.

Yo, nada más verlas, estaba dispuesto a pasar por la revisión más concienzuda que pudieran proporcionarme, pero, para mi decepción, el sargento solo selló mi pasaporte y me dejó pasar.

Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?

Cualquier correspondencia con esta nostálgica y arenosa columna favor de dirigirla a www.angeldehesac.com

Si la quieren compartir aquí les dejo un enlace para ello.

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