Se me hizo fácil: de amaneceres

Se me hizo fácil

7 de octubre de 2024

Por Ángel Dehesa Christlieb

De amaneceres

Como cosa rara, escribo esta columna de mañana.

Culpen al caprichoso clima de la ciudad de Pittsburgh, que retrasó por casi hora y media el horrendo juego de Cowboys y Steelers, el cual, con dos ofensivas que parecían de Vietnamitas y Perros Negros, resultó aburrido y lo ganó no el mejor, sino el que se encontró la bola al final.

Es una mañana fría, tequilera y depresiva aquí en la CDMX.

Pido la venia del respetable para, en la medida de lo posible, dejar a nuestras figuras públicas de lado, porque no se trata de refocilarnos en nuestras miserias ejecutivas, legislativas y judiciales o en horrores como el de Chilpancingo (ya van a averiguar por qué fue, menos mal).

Les voy a hablar de algo que considero más importante y prioritario.

Desde hace cinco años tengo un sobrino que se llama Santiago.

Aún a riesgo de caer en comportamiento de tía gorda (o de tío ídem), no puedo evitar comparar algunos de los aspectos de la niñez de Santi con lo que yo recuerdo de la mía y continuando con las reflexiones de tía mayor, llego a la conclusión de que: “cuando yo tenía su edad, muchas cosas no eran así”.

Santiago nació en enero de 2019, lo cual quiere decir que pasó casi dos de sus cinco años encerrado, prácticamente aprendió a caminar en pandemia, dentro del departamento de sus padres Mariana y Luis, que nos mandaban fotos y videos del pequeño, yendo a la ventana alborozado porque escuchaba la campana del camión de la basura.

Yo les decía a sus papás que le dijeran que era el cochecito que hacía la ronda para recoger a los legisladores de oposición, pero mi propuesta no fue escuchada por su férrea madre quien es una mujer trabajadora, enamorada de su hijo y más fuerte de lo que ella misma supone.

Santiago tiene ojos azules y una gran estatura, heredada de su padre, que mide casi dos metros, que lo hace parecer cronológicamente más grande de lo que es y, aunque tiene sus momentos complicados, es en esencia un niño y un ser humano (cuando yo tenía su edad una cosa no necesariamente implicaba la otra), con buenos sentimientos que se encuentra, muy instalado, en el amanecer de la vida.

A mí, como su único tío directo varón, me han tocado aspectos de su educación muy específicos, como enseñarle a convivir con los perros del jardín de su abuela, sin que ninguna de las dos partes involucradas le hinque el diente a la otra o a beber directo del tazón la leche que sobra cuando se termina el cereal.

Le presenté las canciones de Tin Tan en el libro de la selva y lo he ido a recoger a la escuela, con el radio prendido y ahora, cada vez que se sube a mi coche, exige escuchar el podcast de “La Corneta”, lo cual no sé qué tanto lo lleve a “brillar” en sociedad, pero sí ha generado entre nosotros esa complicidad única que surge de brincarse algunas de las reglas.

Esta semana, Santi se hizo un poco más grande, tuvo sus primeros amiguitos invitados a comer a casa, para lo cual dispuso un menú consistente en sopes y plátano (una cosa vanguardista).

Se me informó que la reunión fue todo un éxito y las columnas de sociales del Montessori donde Santiago asiste le dieron “cinco estrellas” a la casa de mi hermana, recomendando ampliamente obtener una invitación para asistir a la misma.

El sábado, durante una comida familiar, Santiago perdió su primer diente y estaba alborozadísimo, viendo en su tableta cuáles acciones iban al alza y si le convendría invertir las cuantiosas cantidades que el ratón le proporcionaría en Wall Street, el Nikkei de Tokio o el NASDAQ.

Santiago está creciendo.

A pesar de ser lunes, a pesar de ser octubre y a pesar de todo, estoy feliz de que así sea.

Lo quiero mucho y pensar en ello le pone un poco de sol a esta mañana gris.

Buena semana para todos.

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